8.4.12

BABELFISH Y OMEGA-T

Hace unas semanas, en clase de Traductología, nuestras compañeras Sofía, Sayuri y Ana hicieron una excelente exposición sobre la historia de la traducción y así mismo de la traductología. Bien, ¿y qué tiene que ver esto con el Babelfish? Pues mucho, aunque así de primeras no lo parezca. Una vez hubieron terminado su presentación, se dio paso a un pequeño debate y una de las preguntas temidas y siempre presentes fue el qué será de la traducción en el futuro y una de las respuestas, obra de nuestro compañero Darío, fue que en unos 50 años la traducción técnica estaría en manos de maquínas y que los traductores pasarían a ser meros revisores de esas traducciones automáticas. Dejando a un lado la polémica sobre si estas herramientas facilitan o más bien dificultan y menosprecian el trabajo del traductor, estoy de acuerdo con esta hipótesis. De hecho, nuestra práctica cono Babefish consistió precisamente en la revisión del producto que los diversos programas de traducción automática nos ofrecían.

Estos traductores automáticos han avanzado a pasos agigantados en los últimos años y si bien hoy por hoy no se pueden considerar más que herramientas de ayuda tal vez, en las próximas décadas, la batalla entre automatización y trabajo humano acabe decantándose por las máquinas. No obstante, hemos de hacer incapié en que estamos, en todo momento, hablando de la traducción especializada pues considero que, por mucho que las técnicas y programas informáticos avancen, Google Translate no podrá traducir jamás el poema de Poe, The Raven, tal y cómo lo hiciera Pessoa en su tiempo; y es que si de algo adolecen las máquinas es de sentimientos y la labor de un traductor no se limita a tomar palabras de una lengua y encontrar sus equivalentes en otra sino que están en juego mil matices que escapan al estrecho «raciocinio» del cerebro de una máquina.

A pesar de todo y si tenemos claros los servicios y resultados que estos programas de traducción automática pueden brindarnos en determinados campos del oficio, considero erróneo no hacer uso de ellos y pensar que suponen un atraso en el proceso traductológico pues si bien no nos sustituyen pienso que, en ocasiones, son un buen aliado del mismo modo que lo son las memorias de traducción. El pasado año, en Traducción e Internet, ya vimos y aprendimos a utilizar, a falta de licencias y recursos, Omega-T, un programa cuya función básica es registrar y almacenar equivalencias entre lenguas. A diferencia de los programas de traducción automática, las memorias de traducción lo que hacen es guardar tus propias traducciones, las equivalencias que tú has propuesto para que cada vez que el término vuelva a aparecer tengas tu opción disponible; este sistema, como es lógico, permite la creación de un glosario, de una memoria que facilitará, a medida que pase el tiempo y los proyectos vayan aumentando en número, enormemente nuestro trabajo, además de unificar nuestro estilo de traducción.

En definitiva, estamos hablando de dos conceptos diferentes y diferenciados: traducción automática o MT por sus siglas en inglés (Babelfish) y de traducción asistida por ordenador o CAT por sus siglas en inglés (Omega-T); es decir, el uso de un software que traduce un texto de una lengua a otra y la traducción que se realiza con ayuda de programas informáticos específicos como, en este caso, los que crean y organizan memorias de traducción. Con estas y los corpus paralelos seguimos trabajando por lo que serán, justamente, los protagonistas de nuestra siguiente entrada.

Próximamente: Déjà Vu...